miércoles, 30 de marzo de 2011
PELICULA EL PERFUME
En este link se puede ver un resumen interesante de la pelicula: http://es.wikipedia.org/wiki/El_perfume_%28pel%C3%ADcula%29
ACTITUDES ESTÉTICAS y NO ESTÉTICAS
La actitud estética, o la «forma estética de contemplar el mundo», es generalmente contrapuesta a la actitud práctica, que sólo se interesa por la utilidad del objeto en cuestión. El genuino corredor de fincas que contempla un paisaje sólo con la mira puesta en su posible valor monetario, no está contemplando estéticamente el paisaje. Para contemplarlo así hay que «percibirlo por percibirlo», no con alguna otra intención. Hay que saborear la experiencia de percibir el paisaje mismo, haciendo hincapié en sus detalles perceptivos, en vez de utilizar el objeto percibido como medio para algún otro fin.
Cabría objetar, naturalmente, que incluso en la contemplación estética observamos algo no «por sí mismo», sino por alguna otra razón, por ejemplo, por el placer que
nos produce. No seguiríamos prestando atención al objeto percibido si el hacerlo no nos resultase agradable; según esto, ¿no será el goce la finalidad en el caso estético? cabe, en efecto, describirlo así, y acaso la expresión «percibirlo por sí mismo» sea desorientadora. Sin embargo, existe cierta diferencia entre saborear la misma experiencia perceptiva, y simplemente utilizarla por razones de identificación, de clasificación o de acción ulterior, como hacemos de modo habitual en la vida diaria
cuando no contemplamos realmente el árbol, sino que sólo lo percibimos con la claridad suficiente para identificarlo como tal y rodearlo si se interpone en nuestro
camino. La distinción sigue siendo válida, y sólo el modo de describirla está sujeto a clarificación.
La actitud estética se distingue también de la cognoscitiva. Los estudiantes familiarizados con la historia de la arquitectura, son capaces de identificar rápidamente
un edificio o unas ruinas, en cuanto a su época de construcción y lugar de emplazamiento, a través de su estilo y de otros aspectos visuales. Contemplan ante todo el edificio para aumentar sus conocimientos, no para enriquecer su experiencia perceptiva. Este tipo de habilidad puede ser importante y útil, pero no guarda necesariamente correlación con la capacidad de disfrutar la experiencia misma de la contemplación del edificio. La capacidad analítica puede eventualmente incrementar la experiencia estética, pero también puede ahogarla. Quienes se interesan por el arte en razón de algún objetivo profesional o técnico, están particularmente expuestos a distanciarse de la forma de contemplación estética propia del que se mueve por intereses cognoscitivos.
Cabría objetar, naturalmente, que incluso en la contemplación estética observamos algo no «por sí mismo», sino por alguna otra razón, por ejemplo, por el placer que
nos produce. No seguiríamos prestando atención al objeto percibido si el hacerlo no nos resultase agradable; según esto, ¿no será el goce la finalidad en el caso estético? cabe, en efecto, describirlo así, y acaso la expresión «percibirlo por sí mismo» sea desorientadora. Sin embargo, existe cierta diferencia entre saborear la misma experiencia perceptiva, y simplemente utilizarla por razones de identificación, de clasificación o de acción ulterior, como hacemos de modo habitual en la vida diaria
cuando no contemplamos realmente el árbol, sino que sólo lo percibimos con la claridad suficiente para identificarlo como tal y rodearlo si se interpone en nuestro
camino. La distinción sigue siendo válida, y sólo el modo de describirla está sujeto a clarificación.
La actitud estética se distingue también de la cognoscitiva. Los estudiantes familiarizados con la historia de la arquitectura, son capaces de identificar rápidamente
un edificio o unas ruinas, en cuanto a su época de construcción y lugar de emplazamiento, a través de su estilo y de otros aspectos visuales. Contemplan ante todo el edificio para aumentar sus conocimientos, no para enriquecer su experiencia perceptiva. Este tipo de habilidad puede ser importante y útil, pero no guarda necesariamente correlación con la capacidad de disfrutar la experiencia misma de la contemplación del edificio. La capacidad analítica puede eventualmente incrementar la experiencia estética, pero también puede ahogarla. Quienes se interesan por el arte en razón de algún objetivo profesional o técnico, están particularmente expuestos a distanciarse de la forma de contemplación estética propia del que se mueve por intereses cognoscitivos.
Esto nos lleva directamente a otra distinción. La forma estética de observar, es también ajena a la forma personalizada de hacerlo, en la que el observador, en vez de contemplar el objeto estético para captar lo que le ofrece, considera la relación de dicho objeto hacia él. Quienes no prestan atención a la música, sino que la utilizan como estímulo para su fantasía personal, son buena muestra de esa audición no estética que a menudo pasa por serIo. En el célebre ejemplo de Edward Bullough, el hombre que va a presenciar una interpretación del Otelo y, en vez de concentrarse en la representación, piensa sólo en la similitud entre la situación de Otelo y el problema real que él mismo tiene con su mujer, no está viendo la representación estéticamente. Esta actitud supone una implicación personal, es una actitud personalizada, y la personalización inhibe cualquier respuesta estética que el espectador pudiera haber tenido en otro caso. Al contemplar algo estéticamente, respondemos al objeto estético ya lo que puede ofrecernos, no a su relación con nuestra propia vida.
La fórmula «no deberíamos llegar a sentirnos implicados personalmente», se utiliza a veces para describir este criterio; mas también esto es desorientador. No significa que el aficionado al teatro no pueda identificarse con los personajes que intervienen o sentirse vitalmente interesado en lo que les sucede; significa solamente que ha de evitar que cualquier implicación personal que pueda tener con los personajes o los problemas de la obra, suplante la cuidadosa observación de la obra misma. Esta diferencia podemos verla claramente si contrastamos el hecho de vemos implicados en un naufragio, con la contemplación del mismo en un documental o en una película. En el primer caso, haríamos todo lo posible por salvamos y ayudar a los demás. Mientras que en el segundo, sabemos de antemano que los desastrosos sucesos ocurridos ya han tenido lugar y nada podemos hacer por remediarlos; con lo que nuestra tendencia a responder a la situación colaborando en ella, queda automáticamente anulada. Por mucho que podamos identificamos con las víctimas, no nos sentimos personalmente
implicados en ninguna forma orientada a la acción.
De lo dicho se sigue que muchos tipos de respuestas a los objetos, incluidas las obras de arte, quedan al margen del campo de la estética. Por ejemplo, el orgullo de su posesión puede interferirse con la respuesta estética.
La persona que reacciona con entusiasmo antes que sus invitados a la reproducción de una sinfonía en su propio equipo estereofónico, pero no reacciona a la interpretación de la misma sinfonía con un equipo idéntico en el domicilio de su vecino, no da una respuesta estética. El anticuario o el director de museo, que en la elección de una obra de arte ha de tener presentes su valor histórico, fama, época, etc., puede sentirse parcialmente influido por la estimación del valor estético, pero su atención se desvía necesariamente hacia factores no estéticos. De modo parecido, si una persona valora una pieza teatral o una novela en razón de que puede encontrar en ella informaciones relativas a la época y lugar en que fue escrita, está sustituyendo el interés en la experiencia estética por el interés en adquirir conocimientos. Si una persona enjuicia favorablemente determinada obra de arte porque encierra edificación moral o porque
«defiende una causa justa», está confundiendo la actitud moral con la estética; lo que también ocurre si la condena por motivos morales y no acierta a separar esta censura de su valoración estética de ella.
por Paola L. Fraticola La fórmula «no deberíamos llegar a sentirnos implicados personalmente», se utiliza a veces para describir este criterio; mas también esto es desorientador. No significa que el aficionado al teatro no pueda identificarse con los personajes que intervienen o sentirse vitalmente interesado en lo que les sucede; significa solamente que ha de evitar que cualquier implicación personal que pueda tener con los personajes o los problemas de la obra, suplante la cuidadosa observación de la obra misma. Esta diferencia podemos verla claramente si contrastamos el hecho de vemos implicados en un naufragio, con la contemplación del mismo en un documental o en una película. En el primer caso, haríamos todo lo posible por salvamos y ayudar a los demás. Mientras que en el segundo, sabemos de antemano que los desastrosos sucesos ocurridos ya han tenido lugar y nada podemos hacer por remediarlos; con lo que nuestra tendencia a responder a la situación colaborando en ella, queda automáticamente anulada. Por mucho que podamos identificamos con las víctimas, no nos sentimos personalmente
implicados en ninguna forma orientada a la acción.
De lo dicho se sigue que muchos tipos de respuestas a los objetos, incluidas las obras de arte, quedan al margen del campo de la estética. Por ejemplo, el orgullo de su posesión puede interferirse con la respuesta estética.
La persona que reacciona con entusiasmo antes que sus invitados a la reproducción de una sinfonía en su propio equipo estereofónico, pero no reacciona a la interpretación de la misma sinfonía con un equipo idéntico en el domicilio de su vecino, no da una respuesta estética. El anticuario o el director de museo, que en la elección de una obra de arte ha de tener presentes su valor histórico, fama, época, etc., puede sentirse parcialmente influido por la estimación del valor estético, pero su atención se desvía necesariamente hacia factores no estéticos. De modo parecido, si una persona valora una pieza teatral o una novela en razón de que puede encontrar en ella informaciones relativas a la época y lugar en que fue escrita, está sustituyendo el interés en la experiencia estética por el interés en adquirir conocimientos. Si una persona enjuicia favorablemente determinada obra de arte porque encierra edificación moral o porque
«defiende una causa justa», está confundiendo la actitud moral con la estética; lo que también ocurre si la condena por motivos morales y no acierta a separar esta censura de su valoración estética de ella.
Recopilación de contenidos del libro "Estética, historia y fundamentos",
Monroe C. Beardsley, John Hospers.
¿Qué es lo estético?
Son muchas las definiciones que se pueden brindar sobre la estética.
Presentaré solo dos: la de Mosej Kagan (1920) y la de Jorge Ruiz de Santayana (1863-1952). Este último dice: “El término estética es una palabra débil que se aplica recientemente en los ambientes universitarios a todo aquello que trata de las obras de arte o del sentimiento de lo bello”. Kagan, por su parte, ofrece un criterio con el cual nos resulta más fácil convenir: “La Estética es la ciencia de la apropiación estética de la realidad por el ser humano”. Está claro que aquí apropiación significa apropiación sensible; de lo contrario, lo definido estaría dentro de la definición.
Además, lo que Kagan nos brinda como su definición trasluce la naturaleza emocional de la percepción estética.
Asimismo, aisthesis es una palabra griega que significa “sensación, percepción sensible”. Pero, ¿qué es lo estético? Esta categoría, las más general de la ciencia estética, es lo más difícil de definir dentro de la misma. Tras muchas reflexiones al respecto, y tomando siempre distancia de establecer una ecuación entre “lo estético” y “lo bello”, llegamos a la conclusión siguiente: “lo estético” es lo que impresiona nuestra sensibilidad, nuestra esfera emocional.
Para ser consecuente con lo sobredicho, debemos dejar bien sentado que no es posible aceptar el verbo “estetizar” como equivalente de embellecer, a pesar de lo generalizado que ello está en la propia teoría estética. No hay siquiera que acudir a las múltiples categorías estéticas que hoy se reconocen; basta con recordar el propio grupo de las categorías estéticas clásicas.
Aparte de lo bello, pertenecen a esta: lo feo, así como lo sublime o elevado, lo bajo o vil, lo trágico y lo cómico; categorías distintas a la de lo bello.
Al igual que sucede con lo ético, lo estético no es solo una categoría de una ciencia filosófica; lo estético es igualmente un valor. Y del contenido de este valor, podemos predicar que este es la quintaesencia del resultado de las relaciones entre el sujeto humano y los fenómenos y objetos del mundo real, y de la realidad en su conjunto, así como de las obras de arte.
El hecho de que estetizar no es lo mismo que embellecer, debido a que lo estético y lo bello no constituyen lo mismo, no nos debe hacer olvidar que lo bello es una categoría estética; más aún, es, después de lo estético, la más importante categoría de la Estética. Recordemos que hasta el siglo XVIII, la Estética era considerada la ciencia de lo bello. Ello no era casual. La presencia de fealdades –y hasta bajezas- morales y materiales inevitables en la existencia, trataban de ser compensadas con un culto a la belleza (física sobre todo) en la medida posible. Se le buscaba casi insaciablemente, pero ante todo se le creaba. El arte, que era entonces solo expresión de lo bello, constituía el camino esencial para esto.
Pronto se advirtió que el refinamiento en las maneras, vestuarios, usos y costumbres, hacía la vida más grata y hasta encantadora. Entonces se le cultivó.
Ahora bien, se acabó por comprender que solamente la delicadeza moral genera un ambiente amable y digno, y esta es la condición sine qua non de la felicidad. Se habla mucho del amor para el logro de esta última. Ello es válido, pero sin respeto el amor, en sentido estricto, no existe.
Así pues, la delicadeza moral es un elemento básico de la “belleza de la conducta” y esta es una totalidad de lo ético y lo bello; es decir, el resultado de la fusión de esos valores. Y como lo bello no es sino una manifestación de lo estético, “la belleza de la conducta” es, después de “la actitud sublime”, la expresión más alta de las relaciones entre lo ético y lo estético.
BIBLIOGRAFIA
espaciolaical.org/contens/10/2223.pdf (Juan L. Martínez Montalvo) Persona:ética y estética
Cardozo, John Jairo (2007). Modulo curso de estética. UNAD
Herrera, Mónica. Gusto genio u conocimiento simbólico.
goyofiloso.blogspot.com/.../relacion-entre-gusto-y-conocimiento-una.html
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